En el año 2007, la Armada del Ejército Popular de Liberación de China (PLAN) desplegó un submarino diésel de la clase Song, considerado por muchos como una unidad desfasada, para realizar una operación de vigilancia contra un grupo de batalla de portaaviones de la Armada estadounidense.
Este grupo estaba llevando a cabo un extenso ejercicio militar en proximidades a las costas de China. Lo que ocurrió a continuación fue un acontecimiento que quedaría marcado en los anales de la estrategia naval.
Mientras el conjunto de buques de la Armada de EE. UU. proseguía con sus maniobras, confiados en la invulnerabilidad que les conferían sus avanzados sistemas de defensa, financiados por el erario público estadounidense, y convencidos de que ninguna fuerza en Asia osaría aproximarse a su poderosa flotilla en alta mar, el submarino de la clase Song ejecutó una maniobra audaz y reveladora.
Emergió inesperadamente cerca del USS Kitty Hawk, el portaaviones insignia del grupo, colocándose en una posición privilegiada desde la cual podría haber lanzado torpedos directamente al casco de la nave, demostrando así su capacidad para infligir un golpe devastador si así lo hubiera deseado el comandante del submarino chino.
Este episodio dejó una profunda impresión en la tripulación del Kitty Hawk, un coloso de propulsión nuclear, al evidenciar que habían sido superados estratégicamente por un aparato menor, propulsado por diésel y considerado tecnológicamente inferior.
Aunque el submarino chino tuvo la oportunidad de lanzar sus torpedos, optó por no hacerlo. En cambio, su tripulación emergió para burlarse de sus contrapartes estadounidenses, que observaban, furiosos y humillados, a través de sus binoculares.
Este gesto no solo fue una demostración de habilidad y astucia, sino también un mensaje claro de Pekín hacia Washington: la subestimación sería un grave error. El mismo año de este incidente, 2007, China asombró al mundo con otra demostración de su creciente capacidad militar al lanzar un misil antisatélite, que destruyó exitosamente un satélite meteorológico chino en desuso.
Este acto no solo fue provocador y señal de un importante avance en las capacidades ofensivas del país, sino que además generó la mayor cantidad de escombros orbitales registrada hasta la fecha, marcando un antes y un después en la militarización del espacio.
Evolución militar estratégica: Desafíos en los dominios submarino y espacial
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Desde aquel revelador incidente en 2007, el ejército chino ha integrado sus capacidades submarinas y contraespaciales dentro de un robusto marco de defensas anti-acceso/denegación de área (A2/AD). Estas medidas están diseñadas para mermar significativamente la capacidad de las fuerzas navales y aéreas estadounidenses de proyectar su poder de manera efectiva en zonas de interés estratégico para China.
La sofisticada estrategia A2/AD de China se erige como un formidable desafío para la proyección de fuerza estadounidense, restringiendo su libertad de acción en escenarios críticos. El caso del USS Kitty Hawk, sorprendido por un obsoleto submarino diésel de la clase Song, no es un hecho aislado en la historia de encuentros cercanos entre submarinos y portaaviones estadounidenses.
Otros ejemplos destacados incluyen el submarino sueco de la clase Gotland, que, durante un ejercicio en el Pacífico en 2005, logró situarse en posición de ataque contra un portaaviones estadounidense y “hundirlo” en un simulacro de combate.
Este suceso subrayó la vulnerabilidad de los portaaviones ante unidades submarinas no nucleares, que, a pesar de su tecnología menos avanzada, demostraron ser amenazas letales en condiciones de guerra simulada.
Igualmente notable fue la actuación de un submarino nuclear de la clase Rubis de la Armada francesa, que durante un ejercicio en 2015 “hundió” el USS Theodore Roosevelt, un portaaviones de la clase Nimitz.
Este evento resaltó que incluso los submarinos nucleares, con sus avanzadas capacidades y mayor autonomía, representan una grave amenaza para los portaaviones estadounidenses. Estos episodios ilustran un punto crucial: China, con tan solo unos pocos torpedos lanzados desde un submarino, podría teóricamente infligir daños catastróficos o incluso hundir un portaaviones estadounidense al inicio de un conflicto entre ambas superpotencias.
Cuando se considera junto con el impresionante arsenal A2/AD de China, surge la posibilidad de que el portaaviones, piedra angular de la proyección de poder naval estadounidense, se haya vuelto obsoleto ante las estrategias modernas de guerra.
En este contexto, el despliegue de portaaviones en áreas de tensión con potencias emergentes como China implica un riesgo significativo de pérdida o daño grave antes de que puedan desempeñar un papel efectivo en el combate.
Modernización de los arsenales: China intensifica su amenaza submarina
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Desde el año 2021, el arma submarina primordial en el arsenal chino es el torpedo Yu-6. Inspirado en el diseño y funcionalidad del Mk 48 estadounidense, que sirve tanto para la guerra antisubmarina (ASW) como para la guerra antisuperficie (ASuW), el Yu-6 representa una amenaza significativa para los portaaviones estadounidenses en zonas de tensión como el estrecho de Taiwán y los mares de China Meridional y Oriental.
El desarrollo inicial del Yu-6 se remonta a 2005, y se especula que contó con asistencia tecnológica de Rusia. Este avanzado torpedo destaca por incorporar un modo de seguimiento por estela, además de guía activa y pasiva, lo que le permite rastrear y alcanzar objetivos desprevenidos con notable eficiencia.
Según reportes de Charlie Gao en 2021, el Yu-6 utiliza una innovadora carcasa de material sintético, lo que probablemente mejora su rendimiento y sigilo bajo el agua. A esto se suma el desarrollo de un nuevo tipo de arma híbrida por parte de Li Pengfei y su equipo en la Universidad Nacional de Tecnología de Defensa en Changsha.
En 2022, presentaron un misil-torpedo supersónico capaz de lanzarse desde el aire. Este proyectil, al alcanzar su fase terminal, se sumerge en el mar convirtiéndose en un torpedo supersónico. Este innovador sistema puede incluso alterar su trayectoria para esquivar contramedidas enemigas.
Aunque todavía en fase experimental, este desarrollo subraya la variedad de métodos que China posee para neutralizar a los portaaviones estadounidenses.
El auge tecnológico de China frente a la estrategia naval de Estados Unidos
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Con la actual escasez de sistemas alternativos viables para mantener la proyección de poder de Estados Unidos en áreas controvertidas, el ejército chino podría estar posicionándose para imponer un nuevo orden regional bajo su dominio.
Los portaaviones de última generación de la clase Ford, cuyo buque líder es el USS Gerald R. Ford, han superado ampliamente los presupuestos iniciales, alcanzando costos de hasta 13.000 millones de dólares y sufriendo retrasos significativos en su desarrollo y entrega.
Desde su incorporación en 2017, el USS Gerald R. Ford ha enfrentado numerosos problemas técnicos, lo que pone en duda la efectividad de estos gigantes marítimos en el teatro de guerra contemporáneo.
Hasta el momento, no se ha demostrado que los portaaviones estadounidenses, ni sus buques de guerra de escolta, dispongan de contramedidas eficaces contra este tipo de ataques. La inversión en estas plataformas navales, que parecen tan desfasadas para la guerra moderna como lo estarían los trirremes en la actualidad, refleja una posible desconexión con las realidades del combate contemporáneo.
A pesar de estos desafíos evidentes, la Armada de EE. UU. y el Congreso han optado por continuar invirtiendo en estos sistemas, confiando en que la amenaza representada por China pueda estar siendo exagerada.
Sin embargo, la capacidad de China para neutralizar estos símbolos de poder naval con tecnologías emergentes y coste-efectivas pone de relieve la necesidad urgente de reevaluar y adaptar las estrategias de defensa y proyección de poder de Estados Unidos.