El enfoque estratégico de la producción del B-21 Raider se diseñó intencionadamente para un bajo índice de producción con el fin de mejorar su resistencia frente a los ajustes presupuestarios, tal y como expuso el máximo responsable de adquisiciones del Pentágono, William LaPlante, el 8 de febrero. Durante un debate virtual organizado por RAND, LaPlante indicó que el B-21, a diferencia de anteriores programas de aviones militares, podría no pasar nunca a una producción de gran volumen. En esta decisión influyó el deseo de proteger el programa del impredecible clima financiero de Washington.
LaPlante, que desempeñó un papel fundamental en el desarrollo del proyecto del bombardero de ataque de largo alcance (LRS-B) —un proyecto que finalmente culminó en el B-21— durante su mandato como jefe de adquisiciones de las Fuerzas Aéreas, destacó que la planificación estratégica del B-21 fue una respuesta directa a los retos a los que se enfrentó el programa de cazas F-35. El F-35 sufrió importantes reveses, pero la planificación estratégica del B-21 no se basó en la planificación estratégica. El F-35 tuvo que hacer frente a importantes contratiempos, como el incumplimiento de las normas Nunn-McCurdy provocado por el aumento vertiginoso de los costes de desarrollo y la incapacidad del programa para alcanzar los ritmos de producción previstos.
Aprovechando la problemática experiencia del F-35, el B-21 se concibió teniendo en cuenta las lecciones aprendidas. El programa F-35, descrito por el Secretario del Ejército del Aire, Frank Kendall, como un caso de “mala praxis en la adquisición”, demostró los escollos de la producción a gran escala sin alcanzar los hitos de producción necesarios, lo que lleva a una escalada de costes imprevista y a un retraso en las curvas de aprendizaje.
LaPlante destacó el impacto perjudicial de las medidas de secuestro de la Ley de Control Presupuestario sobre las adquisiciones militares, señalando que estas restricciones financieras provocaron reducciones en la rampa de producción del F-35. Esta reducción planteaba el riesgo de entrar en una “espiral de la muerte”, en la que la disminución de los volúmenes de producción podría inflar los costes unitarios hasta niveles insostenibles, un escenario que el Pentágono pretendía evitar con el B-21 manteniendo una estrategia deliberada de producción a bajo ritmo.
El plan de desarrollo y producción del B-21 Raider subraya un cambio estratégico en las adquisiciones militares, priorizando la estabilidad del programa y la prudencia fiscal sobre el énfasis tradicional en aumentar la producción para reducir los costes por unidad. Este enfoque representa una comprensión matizada de las complejidades inherentes al desarrollo de aviones militares modernos y de la naturaleza impredecible de los presupuestos de defensa.
Enfoque estratégico de la producción del B-21 Raider
Aprovechando los conocimientos adquiridos en anteriores programas de aviones militares, el Pentágono ha adoptado un enfoque prudente y constante en la producción del B-21 Raider. William LaPlante explicó que la estrategia del programa evitaba los aumentos de producción tradicionales en favor de un incremento más gradual y estable. Esta metodología envía una clara señal a las autoridades presupuestarias: el B-21 está diseñado con defensas inherentes contra las fluctuaciones y recortes presupuestarios, con el objetivo de ser duradero frente a la incertidumbre fiscal.
En marcado contraste con los ambiciosos planes de producción de su predecesor, el B-2 Spirit, que inicialmente iba a producir 132 unidades, pero se limitó a 21 debido a las restricciones presupuestarias, la producción del B-21 está marcadamente restringida. Los cinco lotes iniciales de producción del B-21 darán lugar a un total de solo 21 aviones, una cantidad prudente que refleja un cambio estratégico para minimizar el riesgo financiero y la posible inflación del coste por unidad, una lección dolorosamente aprendida de la historia del B-2, cuyo coste unitario se disparó a casi 2.000 millones de dólares cada uno después de que se redujera la producción.
El comentario de LaPlante, aunque no es una crítica a los analistas presupuestarios encargados de aplicar los recortes durante los periodos de secuestro, subraya el reto de navegar por la impredecible “turbulencia de Washington”. Esa inestabilidad suele provocar retrasos y reestructuraciones de programas, lo que invariablemente infla los costes. Sus ideas sugieren un esfuerzo concertado para diseñar programas militares que no solo sean estratégicamente vitales, sino también capaces de capear el temporal de las presiones políticas y fiscales.
A pesar del velo de secretismo que envuelve al B-21, las observaciones de LaPlante apuntan a una estrategia de producción que da prioridad a una producción lenta y constante a lo largo de la vida del programa, incluso más allá de los lotes de aprendizaje iniciales. Este planteamiento es fundamental, ya que el B-21 sustituirá a las flotas de B-1 y B-2, cada vez más antiguas, aproximadamente en 2032. La urgencia de la sustitución se ve agravada por la inviabilidad logística y financiera de mantener simultáneamente cuatro tipos distintos de bombarderos.
Sin embargo, el ritmo de producción previsto —un promedio de ocho B-21 anuales para cumplir el calendario de reemplazo estratégico— podría no ajustarse a las necesidades operativas de las Fuerzas Aéreas o a su futuro entorno fiscal. Funcionarios de las Fuerzas Aéreas, aunque en conversaciones privadas, expresaron su deseo de acelerar la producción del B-21 para satisfacer las demandas operativas emergentes y adelantarse a la posible competencia presupuestaria de otros proyectos de alta prioridad, como el caza de nueva generación de dominio aéreo y el avión de combate colaborativo, que se espera que entren en producción a gran escala a principios de la década de 2030.
El objetivo inicial de inventario del B-21 por parte del Ejército del Aire se fijó entre 80 y 100 unidades, ajustándose posteriormente a un mínimo de 100 aviones. Sin embargo, las evaluaciones de varios grupos de reflexión y de antiguos líderes del Mando de Ataque Global sugieren que las necesidades operativas podrían requerir una flota de 150 a 225 bombarderos B-21. Este mayor tamaño de la flota se considera esencial para mantener el ritmo operativo necesario para hacer frente a adversarios similares, especialmente China, lo que pone de relieve la compleja interacción entre la planificación estratégica de la producción, las realidades fiscales y la evolución de la dinámica de la seguridad mundial.
Lanzamiento de la producción a bajo ritmo del B-21 Raider
William LaPlante autorizó el inicio de la producción inicial a bajo ritmo (LRIP) del B-21 Raider a finales de otoño, tras el vuelo inaugural del avión de pruebas en noviembre. Este momento crucial dependía de la finalización con éxito de este vuelo y de otros puntos de referencia de producción no revelados, requisitos previos para asegurar el contrato LRIP, cuyos detalles siguen siendo confidenciales.
En una declaración hecha a la revista Air & Space Forces Magazine en enero, LaPlante reflexionó sobre la decisión, haciendo hincapié en el enfoque del programa en la preparación para la producción desde su inicio. Este enfoque tenía como objetivo garantizar que el B-21 pudiera producirse y desplegarse a una escala lo suficientemente significativa como para servir de disuasión creíble a los adversarios. LaPlante resaltó la importancia de entregar estas capacidades a los combatientes en cantidades adecuadas para que tuvieran un impacto estratégico, subrayando la creencia de que, sin una producción y despliegue sustanciales, los avances tecnológicos del B-21 no se traducirían plenamente en superioridad operativa.
La definición de producción “a escala” del B-21 sigue siendo ambigua, y se especula sobre si cumpliría este criterio la producción anual de ocho aviones o un número ligeramente superior. Las Fuerzas Aéreas aún no han revelado un ritmo máximo de producción previsto para el B-21. Sin embargo, los responsables han indicado que cualquier aumento del volumen de producción requeriría nuevas inversiones tanto en la infraestructura de fabricación como en la mano de obra. Northrop Grumman ha identificado la disponibilidad de mano de obra como una limitación crítica en el avance del B-21 desde su presentación pública a finales de 2022 hasta su primer vuelo, un proceso que duró casi un año.
Este enfoque estratégico de la producción del B-21 Raider subraya el intrincado equilibrio entre la innovación tecnológica, las capacidades de fabricación y la planificación militar estratégica. Al integrar las consideraciones de producción en la fase de diseño del programa, el Pentágono pretende no solo mitigar los posibles retrasos y sobrecostes, sino también garantizar que, una vez operativo, el B-21 Raider pueda producirse a un ritmo acorde con la estrategia de defensa y la postura global de Estados Unidos. Esta filosofía de producción refleja un cambio más amplio hacia la integración de la planificación logística y operativa en el desarrollo de activos militares de nueva generación, garantizando que los avances tecnológicos se traduzcan en ventajas estratégicas tangibles en la escena mundial.