El presidente Lai Ching-te desafía la postura de Estados Unidos sobre la independencia de Taiwán, generando interrogantes estratégicos.
Triunfo de Lai Ching-te en Taiwán plantea desafíos para Estados Unidos
El reciente triunfo del presidente Lai Ching-te plantea una serie de interrogantes estratégicos para los Estados Unidos, especialmente en el contexto de las reservas expresadas por la administración de Biden. A pesar de que varios oficiales estadounidenses se han mostrado entusiastas al reconocer la robustez de la democracia taiwanesa y la integridad de su proceso electoral, el presidente Biden ha afirmado: “No respaldamos la independencia de Taiwán”. Este comentario, en consonancia con las demandas de Pekín de que Estados Unidos exprese su oposición en tales circunstancias, ha generado cierta disonancia. Por su parte, Lai ha rechazado esta postura, alineándose con la visión de su predecesora, Tsai Ing-wen, acerca de un statu quo político que él se compromete a defender y preservar. Lai ha declarado: “No planeamos declarar la independencia, ya que Taiwán es un país soberano e independiente, y no es necesario hacer tal declaración”.
Sin embargo, defender el estatus de Taiwán como un estado independiente de facto en su lucha por el reconocimiento y la dignidad internacional no será tarea sencilla. En un revés psicológico para Taipei, Nauru, una nación insular del Pacífico, cambió su reconocimiento diplomático de Taiwán a la República Popular China (RPC) apenas un día después de la victoria del Partido Democrático Progresista (DPP), cediendo ante los incentivos ofrecidos por Pekín.
Más allá de la controvertida declaración de Biden, el desenlace de las elecciones taiwanesas parece favorecer en gran medida a los intereses estadounidenses. La elección de Lai por parte del electorado taiwanés, junto con el otorgamiento de la mayoría legislativa a los partidos de la oposición, refleja la aspiración de los ciudadanos de la República de China (ROC) de introducir mayor cautela en su sistema político. La población de Taiwán aspira a mantener el statu quo y evitar el conflicto armado. Una democracia en auge, aliada con Estados Unidos en el epicentro de la competencia geopolítica del este de Asia —la “primera cadena de islas”—, fortalece la posición diplomática y militar de Estados Unidos en una región estratégicamente crucial. Sin embargo, la exaltación de la democracia taiwanesa debe ser moderada por la realidad pragmática de que el statu quo está bajo amenaza constante. Tanto Washington como Taipei deben trabajar juntos para preservarlo frente a la presión incesante de la RPC por modificarlo.
El compromiso de Lai de priorizar la defensa como el pilar de la seguridad nacional de Taiwán se alinea con los intereses y políticas estadounidenses. Planea dar continuidad al programa de modernización y reforma de la defensa iniciado por Tsai. Estos esfuerzos requieren un impulso acelerado, y Estados Unidos debería estar más comprometido en apoyar la transformación de las fuerzas armadas de la isla en una entidad de combate moderna y efectiva. En este empeño, Washington debería tratar a Taipei como un aliado en la práctica, otorgándole acceso a un amplio espectro de recursos y asistencia en materia de seguridad.
Presión China sobre Taiwán desafía a Estados Unidos
Aunque preservar el statu quo de Taiwán es crucial para los intereses estadounidenses, Taiwán, por su tamaño, enfrenta una desafiante tarea al resistir sola la inmensa presión de China. Por ello, es imperativo que Washington asuma un papel significativo en este esfuerzo. La expansión militar de Pekín, que disfruta de su tercera década de crecimiento y modernización, es un factor crítico a considerar. Tal como señaló el comandante del INDOPACOM, almirante John Aquilino, en un testimonio reciente ante el Congreso, el Ejército Popular de Liberación de China incrementó notablemente su flota en 2022, añadiendo diecisiete buques a su ya formidable armada. Este avance representa la mayor expansión militar global desde el fin de la Guerra Fría. Además, China está reforzando su flota aérea con aviones avanzados y ampliando su arsenal de misiles balísticos y de crucero, tanto convencionales como nucleares, incluyendo los de tecnología hipersónica.
Es evidente, incluso para cualquier analista de inteligencia del Ejército Popular de Liberación, que la capacidad militar de Estados Unidos, aunque considerable, enfrenta el desafío de mantener su magnitud y eficacia mientras apoya simultáneamente a sus aliados en conflictos globales. Aunque es poco probable que Pekín busque iniciar un conflicto mayor en Asia, el mero tamaño de su ejército le brinda amplias opciones para continuar su estrategia de acoso, presión e intimidación. La coerción inflexible de Pekín se ve exacerbada por su capacidad de escalar hacia un conflicto armado. Tanto Taiwán como Estados Unidos deben vivir con la preocupante posibilidad de que las tácticas coercitivas chinas sean un preludio a una invasión y ocupación de la isla.
Además de su intimidación militar, China emplea lo que denomina “poder del discurso” para caracterizar cualquier respuesta de Estados Unidos y Taiwán a su coerción como una provocación merecedora de una reacción aún más fuerte. Esta estrategia quedó patente en la reacción instintiva de Biden tras las elecciones taiwanesas, asegurando rápidamente a Pekín que el triunfo electoral no implicaba un respaldo estadounidense a la independencia taiwanesa, como si Washington hubiera influenciado el resultado político en la isla. El “poder del discurso” de Pekín sitúa a Washington en una posición defensiva a nivel retórico, complicando aún más la dinámica entre estas potencias globales.
Estados Unidos debe actuar rápidamente en el estrecho de Taiwán
Estados Unidos aún dispone de tiempo, aunque limitado, para revertir la peligrosa disparidad militar en el Estrecho de Taiwán. Es imperativo que Washington invierta de manera urgente en capacidades que neutralicen la denominada “cadena mortal” de China, es decir, su habilidad para detectar, apuntar y destruir las capacidades enemigas de forma rápida y decisiva. Considerando que China no ha participado en un conflicto bélico moderno desde 1979 y su creciente dependencia de sistemas informáticos y espaciales de alta tecnología, existen vulnerabilidades que el ejército estadounidense podría explotar. Sin embargo, Estados Unidos no parece actuar con la celeridad necesaria.
Más allá del balance militar, la batalla dialéctica con Pekín también es crucial. Contrario a la perspectiva de Biden, Taiwán no ha votado por la independencia y su presidente electo no tiene planes de procurarla. Taipei no buscará cambiar su estatus político. El presidente Biden habría actuado más acertadamente evitando caer en la trampa retórica de Pekín. De hecho, es Pekín quien intenta alterar el statu quo con sus exigencias inflexibles de unificación. Biden hubiera podido aprovechar la oportunidad para informar al público estadounidense y a sus aliados sobre las provocaciones chinas contra Taiwán, recuperando así la ventaja en el “poder del discurso”. Es relevante recordar que Estados Unidos retiró su reconocimiento a Taiwán, un aliado de la Guerra Fría, bajo la premisa de que Pekín resolvería sus diferencias con Taipei pacíficamente. No obstante, tras tres décadas de expansión militar, Pekín ha dejado de lado cualquier pretensión de resolución pacífica.
Un paso inicial por parte de Estados Unidos podría ser instar a Pekín a entablar diálogos sin condiciones previas con los líderes democráticamente elegidos de Taiwán, algo que no ha ocurrido en ocho años. Seguramente, Lai valoraría la oportunidad de afianzar el statu quo en negociaciones con sus contrapartes chinas. Biden podría cuestionar públicamente a Pekín sobre sus temores, exponiendo así la intransigencia de la RPC y permitiendo que el mundo observe por sí mismo qué nación busca modificar el statu quo. Aunque la respuesta electoral de Taiwán a Pekín es un paso positivo, el desafío de mantener a Taiwán como un aliado libre y democrático de Estados Unidos promete intensificarse.