Desarrollado en el crepúsculo de los años 60, el Mikoyan MiG-23, apodado despectivamente como “Flogger” por la OTAN, pretendía erigirse como el sucesor del omnipresente MiG-21.
A priori, su concepción respondía a una ambición desmedida: superar a los estadounidenses McDonnell-Douglas F-4 Phantom II y al Republic F-105 Thunderchief en términos de carga útil, alcance, potencia de fuego, y capacidad interceptora.
Tras su primer vuelo en 1967 y una precipitada producción que inició apenas dos años después, el MiG-23 era anunciado como una promesa de superioridad aérea soviética.
La realidad del flogger y su complejo funcionamiento
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El MiG-23, alardeando de ser el primer caza de ala oscilante soviético en entrar en servicio, pronto revelaría su verdadera naturaleza: una aeronave que, lejos de ser la panacea tecnológica prometida, se convertiría en un dolor de cabeza logístico y operacional.
La complejidad de su pilotaje, el costoso mantenimiento y la efímera durabilidad de sus motores eran solo el inicio de una larga lista de deficiencias que mermarían su reputación. No es de extrañar que las fuerzas aéreas del Pacto de Varsovia, ante la evidencia de sus múltiples complicaciones, optaran por mantener el vetusto MiG-21 en sus arsenales, un mudo testigo de la resistencia al cambio justificada por la ineficiencia del recién llegado.
La reputación del MiG-23 sufrió, inevitablemente, quedando relegado a un plano de mera utilidad por observadores occidentales, quienes lo catalogaban, en el mejor de los casos, como un avión “muy utilitario”. Esta apreciación, aunque en retrospectiva pueda considerarse excesivamente severa, no deja de subrayar las carencias de un diseño que, pese a sus innovaciones, quedó eclipsado por las sombras de sus propias promesas incumplidas.
Comparativamente, el F-111 Aardvark de General Dynamics, con una velocidad máxima y autonomía significativamente superiores, relegaba al MiG-23 a una posición de inferioridad tecnológica.
Aunque el “Flogger” podía jactarse de un tren de aterrizaje robusto apto para pistas improvisadas y una versatilidad en la configuración de sus alas, estas características difícilmente compensaban sus deficiencias en rendimiento y fiabilidad.
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El MiG-23, con sus dimensiones compactas y cabina monoplaza, contrastaba con el más espacioso F-111, pero este ahorro de espacio y peso no se traducía en ventajas tácticas significativas.
La promesa de un avión capaz de operar en condiciones adversas y de ofrecer una respuesta contundente más allá del alcance visual se diluía ante la realidad de un aparato que demandaba un esfuerzo desproporcionado en mantenimiento, con una curva de aprendizaje que desalentaba a los más avezados pilotos.
El rendimiento en combate del MiG-23: Un récord lleno de derrotas
A pesar de los intentos por reivindicar el legado del MiG-23, el análisis crítico de su historial de combate revela una realidad ineludible y, francamente, desastrosa.
La retórica oficial y las afirmaciones de superioridad se desmoronan ante la abrumadora evidencia de su ineficacia en el teatro de operaciones. La contundencia de los expertos no deja lugar a dudas: el MiG-23, con su historial “largo, bien documentado y profundamente vergonzoso”, se ubica más cerca de un fracaso táctico que de un activo militar estratégico.
Los enfrentamientos aéreos en los cielos de Medio Oriente y más allá no dejan lugar a interpretaciones románticas sobre el desempeño del “Flogger”. La derrota sistemática de más de una docena de MiG-23 sirios a manos de los F-15 y F-16 israelíes, la humillante superioridad de los cazas iraníes durante la Guerra Irán-Iraq, y la ineficacia frente a los más anticuados MiG-21 egipcios, son testimonio de una aeronave que, lejos de dominar los cielos, se convirtió en presa fácil para sus adversarios.
Exportación y dilución de potencia: La estrategia soviética con el MiG-23MS
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La estrategia de exportación soviética con el MiG-23MS subraya una cautela paranoica: diluir la capacidad de combate de las versiones destinadas a sus estados clientes para mantener una ventaja cualitativa en su arsenal. Este modelo “Flogger-E”, con su radar descafeinado y capacidades mermadas, no hace sino confirmar la reluctancia de Moscú a equipar a sus aliados con herramientas de guerra que pudieran, eventualmente, volverse contra ellos.
La producción en masa del MiG-23, que superó los 5.000 ejemplares, no debe interpretarse como un indicador de éxito, sino más bien como una manifestación de la obstinación soviética. Su retirada del servicio activo en Rusia en 1999, aunque tardía, cerró un capítulo de la aviación militar que muchos preferirían olvidar, aunque algunos países, aferrados a reliquias de una era pasada, continúan operándolos.
Un legado marcado por la discrepancia entre ambición y realidad
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La saga del MiG-23 es una crónica de ambiciones desmedidas enfrentadas a la cruda realidad del combate y la política internacional. La visión de un caza dominante se desvanece ante el análisis de su rendimiento en combate, sus limitaciones técnicas, y la estrategia cautelosa de exportación.
Esta aeronave, lejos de ser el emblema de la superioridad tecnológica soviética, se revela como un símbolo de las limitaciones inherentes a un diseño comprometido por consideraciones políticas y una sobrestimación de sus capacidades.
El MiG-23, con su legado de derrotas y limitaciones, queda como testimonio de una era donde la ambición desbordada se encontró, de manera inexorable, con la realidad de los límites tecnológicos y estratégicos.