Pese a su renombrada capacidad marítima histórica, la Federación Rusa no ha logrado constituir una flota de portaaviones de envergadura, relegando su proyección de fuerza naval al Almirante Kuznetsov, su solitario y conflictivo portaaviones.
La desintegración de la Unión Soviética, junto a una serie de desaciertos financieros y tácticos, ha obstaculizado el avance hacia una potente agrupación de portaaviones. El Kuznetsov, aquejado por deficiencias mecánicas y percances en su operatividad, no cumple con su potencial, evidenciando así el desaprovechamiento ruso en la evolución de la aviación embarcada.
Este escenario se contrapone marcadamente con la evolución de la Armada de los Estados Unidos hacia los modernos superportaaviones, marcando una distinción estratégica y tecnológica significativa entre ambas naciones marítimas.
Mientras la Armada de EE. UU. avanza hacia la incorporación de su segundo superportaaviones de la clase Gerald R. Ford, la Federación Rusa persiste en su dependencia del cada vez más obsoleto Almirante Kuznetsov para la proyección de su poderío naval.
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A pesar de las destacadas hazañas militares y el desarrollo naval de la antigua URSS durante la era de la Guerra Fría, la ambición de construir una flota de portaaviones robusta nunca se materializó plenamente. Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, se desvanecieron también las aspiraciones soviéticas de dominar los mares mediante poderosas plataformas aeronavales.
La falta de una planificación adecuada y una cronología eficaz a lo largo de los años ha dejado a Rusia con un único portaaviones en su arsenal marítimo, el cual, para mayor infortunio, ha resultado ser una fuente constante de frustraciones y limitaciones.
El volátil ascenso de la marina rusa: De Pedro el Grande a la URSS
Desde la desaparición de Pedro el Grande en los albores del siglo XVIII, la flota de la Armada Imperial Rusa experimentó un marcado retroceso. Específicamente, entre 1726 y 1730, la construcción naval se limitó a 54 embarcaciones.
No obstante, hacia la segunda mitad de dicho siglo, Rusia presenció un renacimiento naval impulsado por su hegemonía en el Mar Negro. Al llegar el siglo XIX, los avances navales rusos se intensificaron, posicionando a su Armada como la segunda más formidable globalmente, solo superada por la del Reino Unido.
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El auge naval ruso, sin embargo, enfrentó un abrupto freno con la Guerra Ruso-Japonesa, que culminó en una significativa pérdida de su flota. En un esfuerzo por revertir este revés, el zar Nicolás II impulsó un ambicioso programa de desarrollo naval, asegurando para Rusia una flota superior a la de las potencias centrales al inicio de la Primera Guerra Mundial.
La historia naval rusa continuaría su curso errático en los años subsiguientes. La Guerra Civil Rusa, preludio del nacimiento de la Unión Soviética, dejó a su flota en estado de debilidad operativa. Bajo el nuevo régimen bolchevique, se revitalizó el interés por fortalecer la capacidad marítima de la nación.
Mientras la URSS se empeñaba en ampliar su arsenal de acorazados, destructores y cruceros avanzados durante y después de la Primera Guerra Mundial, potencias como Estados Unidos, Japón y Gran Bretaña se enfocaban en la incorporación de portaaviones a sus flotas. En este contexto, la Unión Soviética no logró capitalizar adecuadamente este periodo crítico para avanzar en la carrera naval, especialmente en el desarrollo y la estrategia de aviación embarcada.
El viaje soviético a los portaaviones: Del Proyecto 71 al Kuznetsov
La adopción de portaaviones en la estrategia naval soviética no cobraría importancia hasta finales de los años 30, bajo uno de los ambiciosos planes quinquenales de Stalin. No obstante, el estallido de la Segunda Guerra Mundial puso en pausa el “Proyecto 71”.
A lo largo de las décadas posteriores, varios prototipos de portaaviones fueron conceptualizados, pero los constantes cambios en el liderazgo político soviético impidieron su realización. Finalmente, en la década de 1980, los esfuerzos para construir un portaaviones autóctono fructificaron.

El Almirante Flota Sovetskoho Soyuza Kuznetsov, erigido en los astilleros Chernomorskiy y lanzado a mediados de dicha década, marcó este logro. Originalmente denominado Riga, el navío fue renombrado en varias ocasiones, pasando por Leonid Brezhnev y Tiflis, antes de recibir su nombre definitivo, Kuznetsov.
Concebido como el buque insignia de la clase Almirante Kuznetsov, su construcción representó un hito en la ingeniería naval soviética. Sin embargo, la desintegración de la URSS dejó incompleto a su gemelo, el Varyag, haciendo del Kuznetsov el único portaaviones de la emergente Federación Rusa y el buque insignia de su armada.
Equipado para albergar helicópteros, cazas Sukhoi Su-33 y MiG-29, el Kuznetsov distingue su capacidad operativa con una batería de misiles de crucero antibuque P-700 Granit, designándose como un “crucero de misiles pesados portaaviones”. Este armamento lo posiciona como una plataforma de proyección de poder marítimo con capacidades ofensivas significativas.
Capacidades y desafíos del Kuznetsov: un gigante en aguas turbulentas
El portaaviones Almirante Kuznetsov, en términos de especificaciones técnicas, ostenta un desplazamiento de aproximadamente 60.000 toneladas y alcanza velocidades que superan los 30 nudos.
Además, este coloso del mar está equipado con avanzadas capacidades de guerra antisubmarina. Según se reporta en Naval Technology, “el navío está provisto del sistema antisubmarino Udav-1, que incluye 60 cohetes diseñados para la lucha antisubmarina”.
Este sistema, desarrollado por la Asociación de Investigación y Producción Splav de Moscú, salvaguarda a los buques de ataques submarinos mediante la desviación y neutralización de torpedos enemigos, así como proporciona protección contra submarinos y amenazas de sabotaje subacuático.
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El Udav-1 está dotado de diez lanzadores capaces de disparar proyectiles de carga de profundidad 111SG, proyectiles para la colocación de minas 111SZ y proyectiles desviadores 111SO, con un alcance operativo de hasta 3.000 metros y capacidad de ataque a profundidades de hasta 600 metros.
Pese a estas impresionantes capacidades, la trayectoria operativa del Kuznetsov ha estado plagada de problemas y contratiempos. De hecho, este único portaaviones ruso ha pasado gran parte de la última década en reparaciones y mantenimiento.
Su primer despliegue operativo, durante el apoyo a las fuerzas pro-gubernamentales en el conflicto sirio en 2016, resultó en la pérdida de dos aeronaves – un Su-33 y un MiG-29K, atribuidas a fallos en los cables de detención. Estos incidentes evidenciaron deficiencias críticas en su capacidad para lanzar y recuperar aeronaves de forma segura.
Adicionalmente, el Kuznetsov ha sido escenario de varios incidentes adversos, incluyendo incendios a bordo, caídas de grúas y daños estructurales en la cubierta. Estos sucesos han mermado significativamente su operatividad y han puesto en duda su eficacia como herramienta de proyección de poder naval.
A pesar de las expectativas de que el Kuznetsov retome su papel como buque insignia de la flota rusa, sus limitaciones operativas y la serie de percances sufridos lo colocan en una posición desventajosa frente a sus contrapartes internacionales, subrayando los desafíos que enfrenta Rusia en el ámbito de la proyección de poder naval mediante portaaviones.