En el amplio espectro de sistemas de armas del ejército ruso, ninguno ha suscitado tanto escepticismo y controversia como el T-14 Armata. No es casualidad.
Este supuesto “supertanque” oscila, según la perspectiva del interlocutor, entre la máxima expresión de la ingeniería bélica o un costoso fracaso propagandístico. Lo que es incontrovertible es que cualquier análisis sobre este vehículo está inexorablemente atado a conjeturas, dada la opacidad deliberada con la que el Kremlin resguarda sus detalles técnicos.
Se ha aclamado la torreta no tripulada del Armata como una “revolución” en diseño, bajo el pretexto de que protegería a la tripulación mediante una cápsula blindada interna. Si bien esto es una mejora respecto a los tanques rusos de generaciones anteriores, que a menudo se convertían en ataúdes móviles ante el impacto de armas antitanque, no deja de ser una innovación que, aunque útil en teoría, carece de validación operacional a gran escala.
Los tanques occidentales, siempre atentos a la competencia, han comenzado a experimentar con conceptos similares. Sin embargo, resulta risible considerar esta innovación como la solución definitiva a la vulnerabilidad histórica de los blindados rusos.
El blindaje compuesto y reactivo, así como el sistema de protección activa *Afghanit*, completan el conjunto de mejoras que, según la narrativa oficial, convertirían al T-14 en un carro de combate invulnerable. Sin embargo, esta afirmación se desploma frente a una realidad que los fabricantes parecen incapaces de abordar: la creciente amenaza de los drones de ataque, para la cual *Afghanit* es, en el mejor de los casos, ineficaz. Mientras los tanques se enfrentan cada vez más a estos sistemas aéreos, el T-14 ofrece una defensa puramente cosmética en este ámbito.
Pasemos al motor diésel de 1.500 caballos de fuerza. Aunque las cifras prometen una velocidad máxima de 75-80 km/h y una autonomía de 500 kilómetros, las proyecciones rusas en materia de rendimiento militar siempre deben tomarse con suma cautela. Desde el T-34 de la Segunda Guerra Mundial hasta los más recientes T-90, Rusia tiene un largo historial de inflar las capacidades de sus equipos, solo para enfrentarse a una desalentadora verdad operativa cuando estos son probados en condiciones reales.
No obstante, el verdadero talón de Aquiles del T-14 no se encuentra en sus especificaciones técnicas, sino en la sempiterna incapacidad de la industria militar rusa para satisfacer sus propias expectativas. El costo unitario, que oscila entre los 5 y 7,1 millones de dólares, ha resultado prohibitivo. A ello se suman las sanciones internacionales, que han estrangulado el acceso a componentes esenciales, y los constantes problemas de producción, que desde hace casi una década han impedido un despliegue significativo del tanque.
Los números no mienten. En 2016, el Ministerio de Defensa ruso firmó un contrato para la entrega de 100 tanques para pruebas. Sin embargo, tres años más tarde, únicamente 19 unidades fueron entregadas, y en 2020, ni un solo T-14 salió de las líneas de producción de UVZ. La excusa oficial alude a “ajustes técnicos en los motores”, un eufemismo para referirse a los perpetuos fracasos de fabricación. En la actualidad, se estima que entre 10 y 20 unidades están operativas, una cifra insignificante que difícilmente justifica el bombo mediático que ha rodeado al proyecto.
El 4 de marzo de 2024, Serguéi Chemezov, director general de Rostec, confirmó finalmente que el T-14 había entrado en servicio. Pero, en un gesto que no sorprende, omitió cualquier mención a la cantidad exacta de tanques desplegados. Más llamativo aún fue su declaración de que el Armata no participaría en la guerra en Ucrania, supuestamente por ser “demasiado caro”.
Esta confesión, en apariencia trivial, es una admisión tácita de que el programa Armata no ha alcanzado el nivel de producción necesario para influir en el campo de batalla. Si un tanque que ha sido presentado como un pilar de la modernización militar rusa no es desplegado en la guerra más importante del país en décadas, ¿cuál es entonces su propósito real?
Todo apunta a que el T-14 es una víctima de las propias limitaciones estructurales del complejo industrial-militar ruso. Mientras que en los foros de propaganda se sigue insistiendo en su supremacía, la realidad es que este tanque, repleto de innovaciones teóricas, permanece encadenado a la ineficiencia manufacturera. No basta con tener un diseño prometedor si los obstáculos logísticos y financieros continúan asfixiando el proyecto.
Así, el futuro del T-14 queda en suspenso, supeditado a los resultados de la guerra en Ucrania y a la capacidad del Estado ruso de reestructurar su industria militar. De materializarse una producción en serie, el Armata podría ocupar un lugar prominente en la historia de los blindados rusos. Pero hasta que eso ocurra, no es más que otro ícono del eterno conflicto entre la ambición tecnológica y la cruda realidad logística.