Imagine la combinación perfecta entre la potencia de combate de un acorazado y la capacidad de un portaaviones. Un “portaaviones de combate” con la velocidad necesaria para igualar a sus contrapartes y cañones imponentes para convertirse en un enemigo formidable. Durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial, se consideró la posibilidad de convertir los acorazados inacabados de la clase Iowa, el USS Illinois y el USS Kentucky, en portaaviones.
Aunque la idea no se descartó de inmediato, los estadounidenses optaron por crear la clase Independence, convirtiendo cruceros ligeros en portaaviones. Mientras tanto, los japoneses convirtieron su acorazado Yamato en un portaaviones, el Shinano, el más grande de su tipo en la Segunda Guerra Mundial.
Los soviéticos también incursionaron en esta amalgama con el crucero de aviación Kiev. Sin embargo, en el contexto de la Guerra Fría, los planes de reconversión de la clase Iowa se volvieron inviables debido a los altos costos y a otras consideraciones estratégicas.
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El proyecto que no se materializó
A lo largo de las décadas, se estudiaron propuestas para reconvertir los acorazados clase Iowa, pero ninguna logró concretarse. Durante la década de 1980, la administración Reagan intentó revivir estos imponentes navíos y equiparlos con misiles de crucero y antibuque. Sin embargo, la idea de instalar dos cubiertas de salto para aprovechar los revolucionarios AV-8B Harrier II resultó ser costosa e inviable.
La marina consideró que los Harriers no podrían utilizar eficientemente las cubiertas de salto de menor calidad y el aumento en la tripulación requerida incrementaría aún más los costos. Además, los Harriers ya podían ser transportados en buques de desembarco anfibio, por lo que no era necesario reinventar la rueda. La clase Iowa mantuvo su misión original como apoyo aéreo a las tropas terrestres y en operaciones de desembarco anfibio.
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La demanda de superportaaviones
A pesar de las propuestas de reconvertir acorazados en portaaviones, la demanda se inclinó más hacia los superportaaviones. Se consideró que la conversión requería demasiado tiempo y dinero, y el plazo disponible entre principios y mediados de la década de 1980 era insuficiente.
El concepto del portaaviones de combate se desvaneció con el fin de la Guerra Fría, dejando en claro que los portaaviones convertidos no eran tan necesarios como sus contrapartes especializadas. Los acorazados clase Iowa cumplieron su función original de bombardeo terrestre y apoyo aéreo en conflictos como la Operación Tormenta del Desierto. Aunque el sueño de fusionar un acorazado y un portaaviones no se hizo realidad, su