BERLÍN (JTA) – Alwin Meyer conocía el Holocausto cuando hizo su primer viaje a Auschwitz, el campo de concentración nazi, en 1971. A los 21 años, el joven alemán había crecido a su sombra.
Pero aun así, le impactó algo de lo que aprendió.
“Sabía de Auschwitz, pero no que había recién nacidos y niños en el campo”, dijo recientemente Meyer a la Agencia Telegráfica Judía. “Era casi increíble. Pero es cierto”.
Meyer ha dedicado su vida desde entonces a descubrir y documentar las historias de los niños que estuvieron presos en Auschwitz, y su libro sobre 27 de ellos sale esta semana por primera vez en inglés. “Nunca olvides tu nombre: Los niños de Auschwitz” pone de relieve historias de supervivencia y esperanza, pero no rehúye la cruda realidad: que esas cualidades eran escasas en este campo de exterminio de la Polonia ocupada por los nazis, especialmente para los niños.
Traducido del alemán por Nick Somers, el libro recoge las biografías de 27 personas que eran niños cuando llegaron a Auschwitz, con edades comprendidas entre 1 día y 15 años. Cuatro nacieron allí.
Las mujeres embarazadas que llegaban al campo solían ser asesinadas inmediatamente. Los pocos bebés que nacieron en el campo lo hicieron a escondidas, con ayuda de otras reclusas y en condiciones inmundas. Prácticamente, todos los nacidos en el campo eran asesinados poco después de nacer.
La supervivencia de cualquier niño representa “un tipo de resistencia al único destino que los alemanes habían planeado para los niños: el exterminio”, escribe Meyer en su libro. “Muchos de los niños y jóvenes que aparecen en este libro son plenamente conscientes de que su supervivencia fue una cuestión de pura suerte”.
Las personas que Meyer entrevistó representan una pequeña fracción de los niños que pasaron un tiempo encarcelados en Auschwitz. De unos 230.000 niños -la mayoría de ellos judíos- que llegaron a Auschwitz desde su apertura en 1940, solo sobrevivieron unos pocos cientos, entre ellos 60 recién nacidos. En 1971, solo 80 de los niños supervivientes seguían vivos.
Meyer conoció esas cifras gracias a Tadeusz Szymanski, el polaco no judío que estuvo preso allí y que fue su guía en esa visita de 1971. Como muchos de sus compañeros alemanes, Meyer -nacido en 1950 en la antigua ciudad de Cloppenburg, en Alemania Occidental- quería enfrentarse a los crímenes nazis de la generación de sus padres.
Szymanski, fallecido en 2002, animó a Meyer a buscar a los niños; Szymanski había comenzado el trabajo él mismo con personas que vivían en Oświęcim, la ciudad fuera del antiguo campo, “que ni siquiera eran conscientes de su origen, de quiénes eran sus padres”, según Christoph Heubner, vicepresidente ejecutivo del Comité Internacional de Auschwitz, con sede en Berlín.

“Hoy tengo 71 años, y esto ha formado parte de mi vida desde entonces”, dijo Meyer, que habla frecuentemente con los jóvenes alemanes sobre su trabajo.
Las conversaciones llenaron un vacío que Meyer observó en su propia familia y en otras. Su padre nunca habló de su época como soldado nazi; la familia se enteró de que su tío estuvo en las SS cuando apareció en el periódico una noticia sobre su muerte en el frente ruso.
“En muchas familias alemanas, las personas que vivieron esa época no hablaron de ello, por desgracia”, dijo Meyer.
En sus primeras conversaciones con los niños supervivientes, Meyer estuvo acompañado por Szymanski.
“De lo contrario, no me habrían dejado entrar en su casa o apartamento”, dijo Meyer, que recuerda haberse sentido avergonzado por ser alemán. “Él hablaba sobre todo, y yo lo grababa”.
Con el tiempo, Meyer empezó a reunirse con los supervivientes por su cuenta, a veces llorando mientras hablaba con ellos. El trabajo tenía lugar sobre todo durante las vacaciones de su trabajo diario dirigiendo las relaciones públicas de Action Reconciliation for Peace, una organización alemana protestante que trabaja con los supervivientes del Holocausto y otras poblaciones. Ha producido varios libros y una película basados en sus encuentros con los supervivientes, y se ha hecho amigo de muchos de ellos. Algunos le han visitado a él y a su mujer en su casa de Berlín.

Entre ellos estaba Heinz Salvatore Kounio, autor de las memorias sobre el Holocausto “Un litro de sopa y sesenta gramos de pan”, que hoy vive en su ciudad natal, Tesalónica, Grecia.
Kounio y su familia fueron deportados a Auschwitz cuando él tenía 15 años. Como sabían hablar alemán, les hicieron traducir las instrucciones a los transportes que llegaban cada noche.
“Sobreviví a siete selecciones” en Auschwitz, dijo Heinz a Meyer, refiriéndose a las oleadas en las que los nazis mataban a los prisioneros. “En la última estaba muy débil y lleno de un miedo indescriptible. Mi firme creencia en Dios me ayudó a seguir con vida”.
Dagmar Lieblova (de soltera Fantl) nació en la ciudad checa de Kutna Hora y murió en Praga en 2018. Su familia fue deportada al campo de concentración de Theresienstadt, a las afueras de Praga, en junio de 1942. Desde allí fueron trasladados a Auschwitz en diciembre de 1943, cuando Dagmar tenía unos 14 años. Finalmente, fue liberada por las tropas británicas del campo de Bergen-Belsen el 15 de abril de 1945: exultante, pero “ya sin capacidad de emociones visibles”, escribe Meyer.
Uno de los contactos más recientes de Meyer en el libro es Angela Orosz-Richt, que nació en Auschwitz. Bisabuela ella misma, vive hoy en Montreal, donde, además de trabajar como cuidadora, es voluntaria en el museo del Holocausto de la ciudad.
“Cuando hablo con la gente en el museo, me aseguro de decirles que esta es la historia de Vera: Estoy aquí por mi madre”, dijo Orosz-Richt a JTA.
Sus padres, Vera y Avraham Bein, fueron deportados desde Hungría y llegaron a Auschwitz el 25 de mayo de 1944. Vera, que estaba embarazada, sobrevivió a los experimentos médicos y dio a luz a Angela en diciembre de 1944 con la ayuda de otra reclusa, que escondió al bebé.
La madre y el bebé fueron liberados por las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945. Ese día nació otro niño, Gyorgy. Como su madre no podía producir leche, la madre de Orosz-Richt amamantó a ambos bebés. Gyorgy vive hoy en Hungría, dice Orosz-Richt.
Orosz-Richt conoció a Meyer en 2018, después de años de negarse a hablar con alemanes no judíos. Cambió de opinión en 2015 después de que el abogado alemán Heinrich-Peter Rothmann la convenciera para que testificara contra el ex guardia de Auschwitz Oskar Gröning, que estaba siendo juzgado en Lüneburg, Alemania.
Para Meyer, que ha pasado toda su vida luchando con la historia del Holocausto de su familia y de su país, poder incluir a personas como Orosz-Richt en su libro representaba una señal de esperanza.
“El hecho de que hablen conmigo”, dijo, “es un salto de fe para el futuro”.