El 29 de julio, los medios de comunicación bielorrusos informaron sobre la detención de 32 rusos en un centro de salud cerca de la capital del país, Minsk. Un ruso más fue capturado en el sur del país. Ese mismo día, en una reunión con el presidente Alexander Lukashenka, se les llamó militantes de la empresa militar privada Wagner. Las autoridades estadounidenses y europeas acusan a la empresa de desestabilizar la situación en Ucrania y Libia y de prestar apoyo militar al gobierno de Bashar al-Assad en Siria.
Se abrió una causa penal contra los rusos en virtud del artículo sobre la preparación de atentados terroristas, cuyo castigo es de hasta 20 años de prisión. Además, se sospecha que los detenidos tienen la intención de organizar disturbios masivos en la república.
El 9 de agosto se celebrarán elecciones presidenciales en Bielorrusia. Hay manifestaciones de protesta contra Alexander Lukashenka, en las que se utilizan todos los mecanismos para impedir la elección de candidatos alternativos.
El propio Lukashenka aprovechó la situación sobre la detención de rusos a su favor, acusando a Moscú de interferir en las elecciones y recordando la amenaza a la paz por parte de los mercenarios rusos. Esto pone al insustituible líder bielorruso, antes llamado “el último dictador de Europa”, en el mismo tablero que los líderes de Estados Unidos y Europa, donde las acusaciones de interferencia de Rusia en las elecciones se han convertido en algo común. Así pues, parece que Lukashenka, que gobierna su país desde 1994, cuenta con el reconocimiento de los resultados de las elecciones por parte de los países occidentales.
Para el dirigente bielorruso, existe la posibilidad de obtener una porción adicional de apoyo de Occidente, principalmente de los Estados Unidos, culpando a Rusia. El año pasado visitaron el país el ex asesor de seguridad nacional del presidente Trump, John Bolton, y Mike Pompeo. Bielorrusia ha acordado con los EE.UU. el suministro de petróleo como alternativa a los recursos energéticos rusos.
El país y su líder autoritario, que una vez fue considerado el principal aliado de Rusia, tomaron un curso abierto para acercarse a los EE.UU. Al hacerlo, Bielorrusia se niega a desempeñar el papel de amortiguador para garantizar la seguridad de Rusia en Europa en una situación en la que los EE.UU. están estableciendo una base militar permanente en la vecina Polonia y aumentando su presencia militar en toda Europa del Este.
La amenaza de Lukashenka
Tal vez por eso el escándalo con el arresto de los rusos en Minsk no se ha silenciado, sino que se ha promovido tanto como ha sido posible. El 4 de agosto, Lukashenka hizo un llamamiento al pueblo y al Parlamento, declarando que Rusia había bajado el estatus de las relaciones con Bielorrusia.
El presidente prometió que el país construiría asociaciones estratégicas con Occidente en su conjunto, así como con los Estados Unidos y China.
Los círculos de expertos de Bielorrusia están debatiendo las perspectivas de reducir la cooperación con Moscú – hasta la abolición de la asociación de integración, que incluye tanto a Bielorrusia como a Rusia – “el Estado de la Unión”.
Muchos de los rusos detenidos en Bielorrusia participaron en la guerra en Ucrania oriental del lado de las repúblicas rebeldes prorrusas. Ahora Ucrania pide su extradición. Bielorrusia parece utilizar este factor para chantajear a Rusia.
El periodista ucraniano Dmitri Gordon, a quien Lukashenka entrevistó el otro día, dijo que el líder bielorruso estaba dispuesto a extraditar a los rusos detenidos a Ucrania. Si esto sucede, se convertirá en una humillación pública para Moscú.
El silencio de Putin
En este contexto de comportamiento desenfrenado del líder bielorruso, que a expensas de los rusos detenidos está claramente ganando puntos en la arena internacional, el comportamiento de Rusia parece extraño.
Moscú todavía no ha logrado hacer ninguna concesión en este tema. Los rusos detenidos se quedan en Bielorrusia, mientras que algunos pueden ir a Ucrania. La propaganda anti-rusa en la televisión bielorrusa recuerda activamente a los residentes del país la traición de Moscú. En general, la situación es un enorme daño de reputación para Rusia. Demuestra que Moscú es incapaz de controlar la situación cerca de sus fronteras, en un estado que parece estar cerca de la propia Rusia. Así, el comportamiento de Lukashenka demuestra que Bielorrusia es el talón de Aquiles de Putin.
¿Por qué Putin? Porque cualquier otro dirigente internacional levantaría inmediatamente su voz en apoyo de sus conciudadanos detenidos, sin importar lo que hicieran en el país de detención. Y eso tendría sentido. Sería extraño imaginar que, en una situación similar, no solo Donald Trump, sino también su predecesor, Barack Obama, guardara silencio.
Sin embargo, el líder ruso, a quien todos los políticos del mundo están acostumbrados a considerar un tipo duro, actúa como si nada hubiera pasado.
Todas las declaraciones sobre esta situación provienen del Ministerio de Relaciones Exteriores e Inteligencia de Rusia y del Embajador en Bielorrusia, o del Secretario de Prensa Dmitry Peskov.
Este último dijo que Rusia no tiene toda la información sobre lo ocurrido, pero Vladimir Putin espera su liberación.
La debilidad de esta posición es evidente. Sin embargo, el presidente ruso ya ha conseguido desautorizar todo lo que pueda venir de Peskov. En una entrevista con la NBC en 2018, Putin dijo que su portavoz a veces “dice cosas” que el propio presidente “no tiene ni idea de lo que ha dicho”.
Entonces, ¿cómo puede alguien interpretar las declaraciones de Peskov en este caso? Está claro que solo las propias palabras de Putin tienen prestigio.
Hasta ahora, el silencio del presidente ruso ha jugado en su contra tanto a nivel de política exterior como nacional.
Un signo de debilidad
¿Es una señal de que el presidente ruso ha perdido el control, ha envejecido y ya no es capaz de defender su país de forma agresiva? Los rusos lo eligieron precisamente por sus fuertes cualidades de liderazgo. Lo mismo dicen los amigos y enemigos de Putin en el extranjero. No importa cómo se le trate, se le considera un líder fuerte.
La situación con Bielorrusia demuestra que el hombre fuerte no es tan fuerte. Si recordamos el clásico de la teoría política – “Príncipe” de Nicolás Maquiavelo – es la falta de fuerza y eficiencia lo que lleva a la caída del gobernante, no la moral de sus acciones. Parece que estamos viendo este mismo proceso.
La imagen de Putin como un líder fuerte se está derrumbando dentro de Rusia, porque en medio de nuevas protestas (en el Lejano Oriente – en Jabárovsk) los rusos ven que su presidente no es omnipotente.
En el ámbito de la política exterior, la situación con Bielorrusia y el extraño silencio de Putin muestra al resto del mundo que Rusia es débil, ya que se deja empujar como lo hace Alexander Lukashenka.
Si incluso los rusos son liberados, pero a cambio Lukashenka recibirá algunas preferencias de Rusia, y Putin seguirá fingiendo que no está involucrado, será una señal de que Rusia puede ser chantajeada. Entonces Moscú debería prepararse para más arrestos de sus ciudadanos en otros países.
La principal conclusión que se puede sacar de esta historia es que el potencial de Moscú está muy sobrevalorado. El hecho de que los Estados Unidos, por ejemplo, estén utilizando la “agresividad” de Rusia como pretexto para cambiar la arquitectura de su dominio en Europa (imponiendo el GNL americano, aumentando la presencia militar en Europa del Este, etc.) no significa que Rusia sea tan fuerte como parece.
Naturalmente, esta es una triste noticia para todos aquellos que esperaban que la alianza con Rusia les ayudara a cambiar sus posiciones en la arena internacional. Es posible, por supuesto, que Putin haga algún gesto inesperado que le permita restaurar la confianza en la arena internacional y devolver a sus ciudadanos sin pérdidas de reputación, pero por ahora su comportamiento juega en su contra.